2020 SILENCIAR LAS ARMAS

Ha pasado ya más un mes y sin noticias de la guerra en el Tigray, Etiopía.

Hace unos meses, en el aeropuerto de Addis Abeba, finalizado nuestro periodo de cooperación en el norte de Etiopía, a un grupo de voluntarias y voluntarios navarros nos llamaron la atención los numerosos y coloridos carteles con el lema 2020  SILENCING THE GUNS. «Silenciar las armas», elegidos para celebrar la 33ª Cumbre de la Unión African. Un slogan que no sólo quiere decir paz y seguridad sino que contempla erradicar la pobreza, combatir el cambio climático y lograr un bienestar que incluya a ttodas las personas del continente  ¿Dónde han quedado esas palabras?

Terrible paradoja. El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed,  apenas un año después de recibir el Premio Nobel de la Paz, ha llevado a su país a una guerra civil de consecuencias imprevisibles para todo el territorio y quizás también para los países vecinos. A Abiy le sirvió el artificio político de pactar la paz con el presidente eritreo, reconocido como un sátrapa dictador,  para obtener el reconocimiento de la Academia sueca. Pero esa artimaña política ha saltado por los aires. En realidad nunca se llegó a abrir la frontera, no hay documento alguno sobre ese pacto, ni se resolvió el litigio permanente de los límites territoriales, ni se produjeron reagrupaciones familiares, ni el regreso de los miles de refugiados eritreos en el Tigray.

Este brutal ataque ha sido totalmente inesperado y sorpresivo para la población tigriña. Una comunidad que vivía en armonía social tratando de defenderse del coronavirus y de una terrible plaga de las langostas que asola sus campos. Se trata de un enfrentamiento directo contra toda la región autónoma del Tigray  y no solo contra sus dirigentes como insistentemente proclaman en sus arengas los medios oficiales. Tifray es la antigua tierra del Imperio Axumite, cuna de una de las grandes civilizaciones del mundo y territorio donde han convivido hasta estos días en total armonía cristianos, musulmanes, judíos y pobladores de otras creencias.

Etiopía es un estado federal constituido básicamente por diferentes etnias desde que se puso en marcha la Constitución en 1995. Hasta 2012 estuvo presidida  por líderes del Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT), democráticamente elegidos y que juntamente a un conglomerado de partidos de las regiones, hay que constatar,  llevaron al país de ser una de las economías más pobres del mundo hace tan solo 20 años  a conseguir crecimientos superiores al 10% del PIB en los últimos años.

Este dislate de guerra no es un episodio aislado desde que Abiy Ahmed llegó al poder hace dos años. Este hombre, presentado como reformador por el stablishment internacional, ha conseguido que en este momento se confirme que Etiopía encabeza la lista mundial de desplazados internos, con casi un millón y medio de personas obligadas a huir de sus casas a causa de la violencia étnica iniciada en 2018. Resulta inaudito que el drama de más de 1,8 millones de personas huyendo de la violencia no ocupen titulares en los periódicos.

No somos analistas políticos. Nuestras percepciones y conocimientos  del conflicto nos los aportan los años de convivencia  con la gente de ese país, maestros, sanitarios, agricultores, funcionarios y autoridades locales, amén de los responsables de tantos y tantos proyectos que se han desarrollado y desarrollan en el Tigray. No es propósito de este artículo analizar las razones  de lo que internacionalmente se está definiendo como un conflicto étnico-político con todo su componente oculto de dominio económico sobre el gigantesco sector público etíope. Sector que a pesar de haber potenciado el enorme desarrollo en educación, sanidad e infraestructuras no puede evitar que en Etiopía el déficit alimentario alcance a un cuarto de su población que vive en la pobreza (se estima la población de todo el país en 110 millones de habitantes)

El Gobierno del Tigray no reconoce a Abiy como Primer ministro porque -en su opinión-  su mandato ha concluido al haber suspendido las elecciones al utilizar la pandemia COVID como excusa, aunque el COVID no ha sido un problema para invadir Tigray.  Tampoco lo fue para que las autoridades tigriñas, a pesar de la prohibición de celebrar comicios, hicieron sus elecciones en septiembre 2020  y el FLPT logró el 98,2% de los votos.

Cabe recordar aquí que en la constitución etíope la soberanía está depositada en las nacionalidades federadas que tienen la potestad de secesión mediante referéndum.  Tigray nunca ha manifestado sus deseos de independizarse, más bien de querer recuperar su capacidad de influencia en la política  y, por ende, en la economía del país. Tigray se considera etíope y  siempre ha defendido la Constitución del Estado Federal Etíope, incluso cuando dejaron de ocupar puestos ministeriales y militares tras perder el poder a partir de 2012.

Ninguna guerra puede estar justificada  y tampoco ésta. Somos decenas de jóvenes y adultos que durante la última década hemos al viajado al Tigray como voluntarias, voluntarios y cooperantes para desarrollar diversas acciones de ayuda siempre a petición de la comunidad local. Hemos visto la lucha y los avances de aquella gente por salir de la miseria, la enfermedad y la muerte  a la que les condujo las guerras de los 90 (70.000 jóvenes murieron) y la posterior codicia, explotación y abandono de la comunidad internacional que empobrece cada día a África.

El mundo ha mirado para otro lado ante lo que pasaba en Etiopía en los últimos tiempos  y ahora que ha querido informarse para comprender lo que está sucediendo en el Tigray no puede ver nada. Los objetivos de las cámaras están ciegos y los micrófonos mudos, incapaces de recoger testimonios y verificaciones  de lo que en muchos medios ya se habla de genocidio. ¿Por qué?

Ha pasado ya más un mes desde que el flamante Premio Nobel de la Paz decidió invadir una parte de su país y no ha atendido ninguna de las llamadas de la comunidad internacional, incluidas las de los delegados de la Unión Africana para detener la guerra.

Ha pasado ya más un mes desde que el Tigray permanece sitiado y sus habitantes aislados despiadadamente, como una Numancia en el siglo XXI, quizás esperando a que fallezcan también por el hambre y la enfermedad como los moradores de aquella tribu celtíbera.

Ha pasado ya más un mes y ningún periodista extranjero puede acceder a la zona y los que lo han intentado han sido amenazados y expulsados. Solo los medios oficiales de Addis Abeba aportan su versión unilateral y sin verificación posible, como en cada crónica manifiestan y denuncian las agencias internacionales.

Ha pasado ya más un mes y en el Tigray seis millones de personas siguen sin acceso a comunicar por teléfono, internet y sin poder salir del territorio («solo» los 50.000 tigriños, vecinos de la zona fronteriza que han podido refugiarse en la vecina Sudán y allí son atendidos por las organizaciones humanitarias)

Hace ya más de un mes que los 95.000 eritreos que viven en los campos de refugiados en Tigray vieron recortada, hoy ya anulada, su ración alimenticia para sobrevivir al no poder llegar los transportes con los alimentos.

Hace ya más de un mes que no sabemos nada de Maider, una joven  cooperante guipuzcoana en Wukro, ni de José Luis Bandrés, padre blanco navarro en Adigrat con más de 50 años en el Tigray.

Hace ya más de un mes que no sabemos nada de Berhane, Nagasti, Ephrem, Abel y de tantas otras niñas y niños de Wukro que quizás en estos momentos formen parte de esos cientos de miles que vagan desplazados en medio del desierto en busca desesperada de un campo de refugiados donde la ayuda humanitaria internacional les pueda proporcionar el agua y el pan que les han cortado en sus propias casas.

Hace ya más de cinco días que el Gobierno de Abiy Ahmed dio por «reconquistada» la capital Mekelle y finiquitada la guerra tras su autoproclamada «intervención quirúrjica», y avisó vía twitter para que todos los civiles acepten su derrota y a los que no lo hagan que «se atengan a las consecuencias porque no tendrá piedad con ellos». Las consecuencias son que siguen sin restablecerse las comunicaciones y los accesos al Tigray permanecen bloqueados, incluso para las organizaciones humanitarias. Y que se desconoce el número de muertos, heridos y el nivel de destrucción ocasionado.

No nos interesa  certificar si Abiy Ahmed ha hundido su prestigio para siempre al haber sido capaz de autorizar el bombardeo de su pueblo y arrasar el Tigray. Tampoco estamos aquí para apreciar la capacidad de lucha y honor de las fuerzas tigriñas que pueden alargar su resistencia o tratar de internacionalizar un conflicto con consecuencias impredecibles. Conocíamos su promesa de no ejercer nunca la violencia para ejercer sus derechos territoriales autonómicos. Desconocemos su postura tras los acontecimientos actuales tras su petición de negociación y la ineficacia de la acción internacional para presionar a Abiy Ahmed a sentarse a dialogar.

Secuelas devastadoras que ya están pagando, como siempre, la población civil y, especialmente, la población infantil a la que la amenaza de la hambruna y la desnutrición vuelven a aparecerse como una maldición que ya se creía superada.

Seguiremos apostando por la paz y apoyando a toda la gente de buena voluntad capaz de poner cordura en esta locura. Hay que parar esta guerra. Instamos directamente al examen de conciencia de la comunidad internacional y sus mastodónticas organizaciones perdidas en sus lamentos y gastos burocráticos.

Junto a esta reflexión mostramos nuestro agradecimiento a todas las personas e instituciones que nos han apoyado y apoyan en nuestros proyectos a la vez que suplicamos se establezca el juicio y se abra la posibilidad de ver de nuevo a aquellas criaturas. De recuperar su eterna sonrisa. Les necesitamos.

En el nombre de

Asociación Patinar en Etiopía    (Juantxo Pagola)

Hegoak Etiopian Elkartea    (Naiara Altuna

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